viernes, 14 de enero de 2011

de delatione

Aún recuerdo aquellos años escolares en los que una y otra vez se oía aquel cruento: "seño, que fulanito ha hecho…" Todos lo practicábamos con intuitiva lucidez que, en diversas ocasiones, nos sacaba del apuro propio, y en otras despertaba un morbo palpable en contemplar el castigo ejemplarizante tan merecido. Otras veces, un excesivo y tajante sentido de la rectitud, empujaba a la delación inter pares. En cualquier caso se vivía el chivatazo como algo “normal”. Por fortuna crecemos, maduramos y esa etapa infantil queda superada de modo definitivo… ¿Verdad? ¡Bendito sea Dios! (aunque esta expresión ahora no debe ser políticamente correcta ¿No?)


El último libro que me han regalado y del que he leído apenas diez páginas, se titula: Imperator, y es de Isabel San Sebastián. Nada había leído de la autora y nada había leído en torno a su libro, así que me enfrentaba a él in albis… Y he aquí que en las primeras páginas me encuentro, permítaseme la transcripción de fragmentos sueltos, lo siguiente:


“Corría el año del señor de 1204 y… resonaban los ecos del llamamiento lanzado… para combatir la herejía. El soberano,…, había ordenado levantar hogueras por doquier a fin de erradicarla de sus dominios, y su brazo secular golpeaba de manera tan implacable como la furia del populacho. […]

A Pedro, propietario de una tahona en un pueblecito…, le denunció un competidor celoso de su prosperidad, lo que le catapultó de inmediato a la condición de ejemplo. ¡En mala hora! De la noche a la mañana se convirtió en un fantoche horrendo, expuesto a las garras del vulgo con el propósito de infundir terror. Su nombre había sido escrito en el libro del mal agüero.

Una madrugada de invierno, poco antes del amanecer, fue detenido en su domicilio por los soldados…, arrastrado de calle en calle a medio vestir, zarandeado, sometido a las burlas de sus propios vecinos sin explicarse el por qué de semejante odisea, y, finalmente, arrojado a la suciedad de una mazmorra, en la que se abandonó exhausto, incapaz de comprender. […]

Al amanecer del día siguiente, ante los muros de la fortaleza, el verdugo fue el encargado de ejecutar la sentencia, en presencia de … toda la corte, revestida de sus mejores galas, y del variopinto gentío acudió a contemplar lo que anticipaba ser una ejecución de las más jugosas.

Con el mismo manto que llevaba…, la cara sucia, los ojos hinchados por el llanto y las manos atadas a la espalda, el hereje subió por su propio pie a lo alto del haz de leña preparado para reducirle a cenizas…

El populacho descargaba su rencor con él como podrían haberlo hecho con cualquier otro. Ni veía su cara ni quería oír su voz. Siglos de opresión, generaciones de miseria se manifestaban de pronto en esa forma vil y mezquina, simplemente porque la ocasión se prestaba a ello. En eso consistía precisamente su condición de ejemplo. Él era el chivo expiatorio llamado a cargar con toda la amargura acumulada por esos desgraciados, aunque en ese momento no estuviese en condiciones de darse cuenta. Todo en su mente era confusión y miedo. Sólo miedo y confusión.”

La historia se nos muestra como espejo. La época inquisitorial no es sino uno más de los oscuros capítulos del ensalzamiento de la delación, que ha seguido y sigue su curso en las sociedades modernas, especialmente de tintes dictatoriales, sean del signo que sean. El hecho no me preocuparía de no ser porque en nuestro democrático país, de pronto, se incita públicamente al uso de tan peligrosa arma despiadada en manos del pueblo: En este caso son los fumadores, herejes del siglo XXI, a los que, por otro lado, se alienta en su nicotínica herejía por mor de los ingresos que su descarriamiento produce para papá-estado… ¡Nonsense! Aunque no soy fumador presencio atónito el linchamiento moral progresivo y la naturalidad con que se alienta a denunciar a los que no cumplan la normativa democráticamente elegida por nuestros democráticos representantes votados democráticamente por todos. Ahí es nada. Y democráticamente también hemos asistido a las primeras denuncias (que las ha habido y las habrá)... No es que el hecho sea gravísimo en sí. Lo peligroso, que debe hacernos temblar a todos, es la legitimación pública de la acusación fácil que tanto miedo y desolación ha causado en nuestra historia. Porque… ¿Qué será lo siguiente? ¿Quiénes serán los futuros herejes a delatar? Bastará un vecino envidioso, un familiar despechado, un enemigo ocasional que busque tajada o mal ajeno para desencadenar todo un proceso de condena, de maledicencia que se graba a fuego sobre el propio nombre y existencia y es muy difícil llegar a borrar, porque siempre pesa más la presunción de culpabilidad que la de inocencia, por desgracia… Y aunque no haya piras físicas, sí que las hay morales y sí que hay populacho que, a la mínima, al son de los “nobles de turno” agarra la piedra para lanzarla a la cabeza del acusado arrojando con ella todos los rencores y agresividades propias que de otro modo no se logran exorcizar… En definitiva, que abrimos una puerta peligrosa, o la reabrimos, y hacemos que nuestra “ejemplar” democracia ronde lo que se podría denominar “demo-crictadura” ¿no creen? Pero de eso se podrá hablar otro día… En fin, como decía Catón: “Delenda est Carthago”.

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