miércoles, 4 de enero de 2012

El pajarillo de la ventana

Frente a la ventana del lugar donde suelo trabajar hay un árbol muy cercano, tanto que casi puedo tocar sus ramas. Un día, de pronto, mientras toda mi atención se centraba en el ordenador, oí un ruido extraño como de roce contra el metal de la ventana. Extrañado miré sin localizar el foco de tal sonido. Tras un breve período de búsqueda descubrí tras el marco un aleteo inestable que buscaba sujetarse con sus patas sobre un marco demasiado ancho. Como habrán adivinado ustedes se trataba de un alevín de pájaro en sus primeros pasos del arte del vuelo. Saltaba de la rama a la ventana, de la ventana al alfeizar para subir de nuevo a la ventana y de ella al árbol en el que correteaba sin problema de rama en rama. Desde mi ignorancia ornitológica no sé de qué especie se trata. Sólo sé que sus colores pardos se convierten en verdosos sobre las alas y su pecho y capuz son anaranjados. El caso es que el mozuelo pájaro en un momento se fijó en mi como yo en él y se quedó quieto, a la expectativa… Le miré con simpatía e interés y sin hacer ningún movimiento. En un leve segundo apareció entre las ramas el que seguro sería uno de sus progenitores que me observó con un porte serio y como quien sopesa qué es lo que debe de hacer. Mantuve mi hieratismo contemplando a ambos. El padre o madre, vaya usted a saber, decidió que no había peligro y regresó árbol adentro. El zagalillo retomó su actividad frenética de subir, bajar, saltar, volar… Y yo continué mi labor echando miradas de soslayo al inquieto acompañante que parecía requerir continuamente mi atención (ya saben ese típico: “¡eh! ¡mírame! ¡mira lo que sé hacer!”)… Las visitas del polluelo en cuestión se han venido repitiendo con regularidad durante algún tiempo. De cuando en cuando asomaba para confirmar el padre o madre de la criatura que regresaba enseguida a lo suyo. El peque pasaba largos ratos revoloteando y cada vez subía con más facilidad. Tanto que hace días que no le veo el pelo, mejor dicho, el plumaje… Sospecho que no volveré a verle más y que sus alegres visitas que han dado una pizca de color a mis días, no se van a repetir. Seguramente su volar cada vez más alto se haya convertido en volar real abriendo nuevos horizontes, lejanos a los mínimos que servían para practicar y dar el salto definitivo… No les negaré que echo un poco de menos al pajarillo y de cuando en cuando miro con cara de tonto a la ventana esperando que reaparezca… Y entonces me digo que la vida es sabia y que ha sido hermoso ser testigo del aprendizaje y crecimiento que permite enfrentar la vida propia siendo lo que se debe ser… ¿No creen que es un privilegio?... Y me dio por pensar que esta historia real del pajarillo tiene mucho que ver con la educación y con los verdaderos maestros que una y otra vez ven volar hacia el horizonte a todos esos zagalillos que se convierten en hombres y mujeres capaces de enfrentar su vida… Entonces se les queda cara de tontos, sienten un orgullo profundo que se instala en el interior y un cariño intenso que empuja como corriente de aire –o lo prentende- a los que ya vuelan, mientras se dicen, volviendo de nuevo a su trabajo, ¡buen viaje!...