viernes, 6 de abril de 2012

Semana Santa en Valladolid


Perdóneme ustedes, amigos lectores, pero el alma, en estos días, esté donde esté, escapa a mi tierra, atravesando espacio y tiempo. Les invito a recorrer conmigo calles y plazas y quién sabe si alguno de ustedes quiera tener, después, la dicha de revivir lo leído aquí en la realidad más plena, aunque ya habrá de ser el año que viene…

Déjenme ir hacia el llano, hacerme llano que comienza a germinar, lentamente, la futura espiga. Llano que ansía horizonte, que muta en horizonte siempre más allá… Déjenme hacerme pinar y labrantío desde la fría noche y madrugada al día que ya, primaveral, va alargando su luz y temperatura entre flores de almendro. Déjenme aderezarme de esa austeridad, cálida en lo profundo del hogar para quien entra de veras, pero fría, señera, en su superficie de seriedad y sentido auténtico… Déjenme recorrer la plaza mayor que ya luce crespones negros sobre sus soportales de castellanía. La acera de San Francisco aguarda ya, muda, lo que habrá de venir el viernes santo… Acompáñenme por platerías hasta la Iglesia de la Cruz, luego iremos a las Angustias y después a la Iglesia de Jesús y a San Benito, y a Santiago,  y a la Antigua, y a… A las rúas todas, a las plazas y rinconadas… ¿Me siguen?...

Allá a lo lejos, ya caído el día, exangüe, en sus coletazos de luz, se oyen las cornetas y un redoble acompasado de tambor. Me acerco deprisa hacia el sonido aunque, curiosamente, mi misma prisa parece ralentizarse. Una procesión pasa. Los cofrades, hachón en mano, portan con él su luminaria pequeña, necesaria, imprescindible, imperecedera en su mismo ser efímero. Fila disciplinada a ambos lados de la calzada. La gente calla vuelta misteriosamente hacia adentro, expresando toda la emoción en la mirada que acaricia, de pronto, cuanto contempla. La ciudad se hace silencio. El cielo, ya negro, cúpula inmensa del templo mismo en que se transforma la urbe toda. La prisa se hace calma. El ruido, silencio. Las miradas huidizas, firmes y profundas miradas. Redoblan los tambores, las cornetas rasgan el velo de la noche misma. Los cofrades, avanzan… Cristo en cruz, sobre un paso avanza. Avanza… Todos lo contemplan sin poder apartar la mirada. Una mujer llora. Un niño pregunta a su padre que lo sostiene, en voz baja…Todos miran, miramos. Todos callan… El cristo avanza, su espalda muestra, pegada a la cruz y con él se lleva las miradas –tal vez del corazón-… Nuevos cofrades tras su guía, su estandarte de cofradía cuyas borlas sostienen dos pequeños cofrades… Avanza la noche, avanzan los capuchones con sus hachones y su silencio y también con sus miradas bajo el capuz. Nuevos tambores, nuevas cornetas y la Virgen sobre su paso, su dolor derrama mientras se acerca quedamente… La noche compungida casi no respira, hecha madre con la madre, hecha dolor, hecha acogida austera castellana… El corazón encogido contempla. Solo el viento, en una leve caricia, susurra una oración indescifrable… A pie de acera los niños, sentados, miran a la Señora, sobre el cielo negro recortada… De pronto me veo a mi mismo, hecho niño, sentado sobre el bordillo, veo a mis padres y abuelos, a tantas generaciones anteriores que, sentados a pie de acera, contemplaron en silencio en una congoja reverente, serena, de profundidad inexplicable… Tantos vallisoletanos que vivieron la semana santa de una misma forma desde hace tantos años, tantos siglos…

Y transformado en cofrade, bajo mi capuchón negro, miro a la Virgen de la Vera Cruz junto a la que estoy… Al comenzar a caminar de nuevo veo a un lado, sonriendo con profundidad y satisfacción a D. Gregorio Fernández que hablando con D. Juan de Juni no acaban de creerse lo que contemplan: Esos santos de palo salidos de sus gubias y su trabajo, esos pinos que fueron transformados día a día en una Virgen, en un Cristo, en todo un conjunto escultórico… “¿Dónde me viste que tan bien me retrataste?” dice la leyenda que preguntó Cristo atado a la columna a D. Gregorio cuando lo terminó, y éste humilde contestó: “En mi corazón, Señor, en mi corazón”…

La procesión se aleja. La gente, en grupos pequeños, se dispersa hablando en voz más baja de lo habitual. Algunos guardan silencio. Otros, aún miran hacia atrás o acompañan la procesión detrás de la misma… Retumban los tambores, rasgan la noche las cornetas… La ciudad toda se hace silencio y templo y llanura y cofrade, lo sea o sin serlo… Porque en su esencia castellana, con su cicatriz acuosa que es el Pisuerga, guarda en sí la hondura inexplicable de emociones que se desatan año tras año, tan puntuales como la primavera, en su Semana Santa… Así es Valladolid, así es mi tierra, así una de sus semanas grandes que enamora el alma…

Hoy es viernes santo, dentro de unas pocas horas saldrá la Procesión de la Sagrada Pasión de Nuestro Redentor, nuestra “Procesión General” con sus diecinueve cofradías y treinta y dos pasos. Un inmenso espectáculo que no deja indiferente a nadie. Toda una vivencia de calado indescriptible con palabras para quien la vive como cofrade o como espectador…  Les reto a vivirla, al menos una vez en la vida… Mientras, déjenme hacerme llano con el llano, noche con la cúpula estrellada que nos alberga, balcón abierto con las balconadas de calles y plazas, templo, en definitiva, natural… Déjenme que guarde silencio mientras oigo a lo lejos acercarse cornetas y tambores, e intuir a la Cofradía de la Sagrada cena que ya avanza… ¿Me siguen?...