lunes, 12 de noviembre de 2012

Mirar de veras



Hoy un tocayo mio, hombre inteligente y sensible, sacaba a colación la reciente noticia del fallecimiento de una anciana y su hija disminuidas psíquica y ciega. Al parecer la anciana murió de un infarto y su hija, incapaz de valerse, murió posteriormente por falta de atención. ¡Terrible! ¿No creen? Al parecer fueron los vecinos los que alertaron del mal olor que emanaba la vivienda contigua. El olor, que no la ausencia del convecino… Mi buen tocayo alegaba, con acierto, nuestro mirar sin mirar; nuestro encerrarnos en nuestro mundo y nuestras cosas hasta el punto de no darnos cuenta de quién está a nuestro lado o si está o no está… Es, decía, como los mendigos. Los hemos convertido en parte del mobiliario urbano como a las papeleras o los bancos. Simplemente están ahí. Forma parte de un paisaje que vemos pero al que no miramos. ¿Sabemos acaso de sus vidas? ¿De sus dificultades? ¿De sus experiencias? ¿Lo sabemos de nuestro vecino? ¿De nuestro compañero de trabajo? ¿De…? ¡Cuánto aislamiento y soledad! Sí. En la conversación salía la soledad de tanta gente. De tantos ancianos. De tantas personas con dificultades... Ahora bien, no sé si estarán de acuerdo conmigo, pero me temo que la soledad alcanza cada vez más a personas de amplias relaciones o de relaciones normalizadas. Y es que la soledad la construimos con el no mirar o con el mirar para otro lado o con el mirar a medias, como prefieran. Entonces sólo nos quedará el aviso cuando nos de el tufillo. El mal tufillo que presagia lo que nadie se explica pero que todos creamos juntos. ¡Ay si nos empeñásemos en mirar! ¡Si humanizásemos la mirada! Entonces, tal vez, las cosas serían distintas…

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