Hace unos días mis alumnos
decidieron decorar la clase con motivos navideños. Entre los elementos
encontrados y seleccionados montaron un pequeño, aunque digno Belén, con
algunos personajes al uso. Como no puede ser de otro modo el centro del mismo lo
ocupa el portal con María, José y el Niño. No faltan reyes magos, pastores,
animales y demás. Mi sorpresa llegó cuando descubrí que en el Belén de mi clase
nadie –ninguno de los personajes- miraba al portal; nadie se dirigía a él y
nadie adoraba al Niño recién nacido. Y donde digo nadie quiero decir
exactamente: Nadie. En resumen: El portal era el centro pero todos pasaban de
él, todos iban a lo suyo mirando a cualquier sitio. Incluso los reyes parecían
no tener un rumbo fijo que llevase hacia lo que debería ser su cometido… Y me
dio por pensar que mis alumnos metafóricamente habían reflejado su portal de
Belén particular y no sé si no el nuestro –de todos- también. ¿Será que miramos
para cualquier lado y pasamos de largo de lo esencial aunque esté en el centro?
¿Será que cada uno vamos solo a lo nuestro y olvidamos hasta nuestros cometidos
esenciales? ¿Será que hemos hecho de nuestra vida hoy un nuevo Belén viviente digno de la historia bíblica (ya saben, la de que no había lugar para ellos en ninguna parte)?...
Y entonces ¿El Dios que nace?...
Ya ven ustedes, sólo son
preguntas que a uno le surgen. Preguntas sin importancia… Aunque, por otro
lado, las metáforas espontáneas y esenciales ¿No son las más ciertas?... Tal
vez mis alumnos hayan dado en el clavo… Tendré que ponerles un diez ¿No creen?...
No sé…
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