Hace unos días hablaba con un
grupo de jóvenes sobre los sueños… Alguno de ellos defendía su inutilidad
puesto que, ontológicamente, son inalcanzables como buen fruto de la imaginación.
Otros se posicionaban en un punto de vista casi romántico defendiendo ese punto
cálido de ensoñación autocompensadora que ayuda a sobrellevar los sinsabores de
la vida. No comparto ninguna de las visiones precedentes, y así lo puse sobre
la mesa. Creo que los sueños encierran una gran positividad en cuanto son
capaces de ponernos –de poner nuestra vida- en movimiento. Se constituyen en
utopía personal o grupal, puede que inalcanzable, pero hacia la que tender como ideal y
meta. Los sueños, pues, nos ponen en marcha. Nos hacen caminar. Nos hacen
luchar. Nos hacen dar pasos de crecimiento. Nos hacen ser mejores, en
definitiva… Soñar es necesario como lo
es poner los medios para tender hacia ellos. Soñar es moverse, avanzar… Soñar es
pelear con medios audaces y realistas –aunque suene paradójico-. Soñemos, pues,
con amplitud de miras e ideales no solo para uno mismo sino los demás, para todos. Y tengamos la valentía de dar pasos, de pelear por cada sueño…
Como decía William Faulkner: “La sabiduría suprema es tener sueños lo bastante grandes como para no perderlos de vista mientras se persiguen”.
Como decía William Faulkner: “La sabiduría suprema es tener sueños lo bastante grandes como para no perderlos de vista mientras se persiguen”.
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