lunes, 6 de abril de 2020

Historia de las luciérnagas

Todo era luz. Luz maravillosa. Intensa. Colorida. A su amparo todos corríamos de un lado para otro. Todo era veloz y muy iluminado. Incluso nos fijábamos en esos grandes focos de luz que acaparaban nuestra atención deseando alcanzar, en ocasiones, tal intensidad y presencia. Y ocurrió. De pronto. Sin más. Sin previo aviso. Sin razón alguna. Llegado de la nada. Un apagón. Inmenso. Global. Paralizador. Todo era oscuro. Negro. Noche. No había referencias. Luces de móviles quizá hasta terminar la batería. Alguna linterna. Una vela ¿Quién tiene una vela hoy en día? Oscuridad.

Y de pronto, revoloteando como quien no quiere la cosa, aparecieron ellas. Pequeños puntitos de luz que se movían frenéticamente. Unas se concentraban en hospitales. Otras llevaban cosas de un lado a otro. Otras se mantenían en su sitio. Otras nos protegían. Otras iban ofreciendo su pequeñita luz a quien se viera necesitado de ella de mil maneras. Otras hicieron que tuviésemos en cuenta a los que vivían al lado, o arriba o debajo. Y todos, admirados, estallaron en aplausos por las ventanas. Y su luz minúscula, sumada infinitamente a otras luces minúsculas, nos emocionaron. Y en ellas pusimos nuestra esperanza. En su luz chiquita que nos contagiaba y hacía vibrar las cuerdas más profundas del alma.

Entonces caí en la cuenta de que esas luciérnagas, esas lucecitas chiquitas, siempre habían estado ahí. Con nosotros. Entre nosotros. Siendo parte de nosotros. Pero… No las veíamos. ¿Por qué no las veíamos? ¿Por qué no las mirábamos? ¿Por qué, tal vez, las despreciábamos? Cegados por otras tantas luces y su intensidad, ellas no parecían estar. Pero estaban. ¡Vaya si estaban! Y ahora están. Tan solo siguen haciendo lo de siempre: Regalarnos su luz, pequeñita e inmensa en su minúscula esencia.

Tal vez ellas no necesitaban el apagón. Probablemente los demás sí. Es posible que la oscuridad nos enseñe, paradójicamente, a ver…

Ojalá a partir de ahora sepamos ver esas luciérnagas siempre. También cuando recuperemos la luz. Ojalá dejemos que su lucecita nos contagie. Ojalá valoremos de una vez su grandeza que se nos regala desde siempre en gratuidad.

Por todos vosotros, mujeres y hombres luciérnagas, que en esta crisis global, nos regaláis vuestra luz, como siempre habéis hecho pasase lo que pasase. ¡Gracias!

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