Escribí este artículo hace días
dejándolo en la condena del ostracismo. Sin embargo, a costa de ver noticias a
diario, lo desempolvo con un cierto grado de indignación necesaria…
La concordia fue posible. Un
hermoso epitafio para una vida digna con tintes de servicio. Me refiero a
Adolfo Suárez. Pues bien, desde este blog me uno al homenaje merecido a su
desparecida figura.
Siempre me ha llamado la atención
la idealización que la muerte trae de las personas fallecidas. De pronto parece
que necesitásemos hacer una hagiografía de andar por casa del difunto. Es
cierto que al final, lo que nos queda de las personas es aquello bueno que
vivimos con ellos y de ellos, obviando la parte negativa que todos portamos.
Creo que tal hecho es un ejercicio inconsciente y válido para nuestro propio
aprendizaje vital así como un elemento vivificador para los sufrientes seres
queridos en su proceso de duelo. En la caso de D. Adolfo Suárez ésto ha sido más
manifiesto si cabe, hasta el extremos de llegar a una suerte de mitificación
que los tiempos están –tal vez- marcando como necesidad. Al respecto me parece
muy valiosa la reflexión de D. José Antonio Marina en un artículo de prensa (http://www.elmundo.es/espana/2014/03/25/5330d47a268e3eb22c8b4586.html).
Nuestra sociedad necesita mitos a los que agarrase en tiempos de crisis en los
que parecen haberse perdido determinadas referencias que, o fueron, o se
aceptaron y curtieron colectivamente, aunque hubiese diferencias y matices.
Y aquí llegamos a la madre del
cordero: Suárez hizo posible, a costa de su desgaste personal y político, de
mantener una postura personal, política y decisoria, generar un avance
colectivo donde la concordia fue posible, salvando muchas diferencias, muchas
posturas enconadas. Fue posible el entendimiento en la variedad. Fue posible
porque en la presión de unos y otros se limaron ciertos aspectos, se dejaron
aparte radicalismos posicionales de verdades propias e inamovibles por crear un
mito, un sueño colectivo necesario en forma de sociedad democrática igualitaria
y plural.
Hoy da la impresión de que todo
el mundo cede al radicalismo de la propia verdad. Todo el mundo parece empeñado
en tener razón y atacar por doquier al otro en una suerte de enconamiento en
espiral creciente que lleva a posturas violentas de distinto tipo. El otro es
visto en demasiadas ocasiones como un enemigo a batir, como un alguien a quien
juzgar, criticar e incluso denunciar en su propio ejercicio profesional. El
otro se convierte en sospechoso de no ser coherente con lo que hace y si lo es
se le tilda de radical en su postura -y a lo que menos me refiero es a ideas
políticas sino al día a día de cada uno-. La crisis, sin duda, ayuda a ese
enconamiento. Los medios de comunicación al servicio de ideas de tinte económico
interesado que maneja el ente político -la res pública en sentido latino-
contribuyen con descaro a esa escalada de insatisfacción. La pluralidad se ha
convertido no en un tapiz multicolor de convivencia, que es lo que debe ser y
lo que todos ansiamos, para convertirse en una lucha de colores entre sí (otro
asunto es que mucho responde al juego al que nos someten aquellos que manejan
como nadie el divide y vencerás, pero eso merece artículo aparte). Conviene
recordar que la variedad cromática es necesaria y da la belleza. La lucha menuda,
diaria, nos llevaría al negro o al blanco, al monocromo donde nadie
estaría a gusto. Y ahí estamos, en no estar a gusto en este panorama...
Ahí surge la figura de Suárez y
su epitafio, con tintes míticos o reales, la concordia fue posible, para
recordarnos que fue pero que debe ser, ahora más que nunca. Debe serlo en el día
a día. Protestando, reivindicando “juntos”, si hay que hacerlo, claro está,
pero dejando a cada uno ser lo que es y respetando a todos. Dejando que el médico
lo sea sin que tenga miedo a ser denunciado o agredido. Que el maestro lo sea
sin que los padres le den lecciones de cómo hacer su trabajo o tratar a su niño
-que no es el único aunque lo sea- o se vea amenazado o agredido. Dejando al
que piensa para un lado que lo haga sin señalarle con el dedo, como el que
piensa para otro distinto. Que... Pero en el día a día, en lo pequeño, en el
encuentro del trabajo y del café en el bar, en la relación profesional, en la
relación familiar, en... Y juntos buscar lo mejor para todos y reivindicarlo
desde la postura que tenga cada uno, pero sumando, siempre sumando... Porque
cada vez que me enroco en "mi verdad" pierdo la posibilidad de
enriquecerme con "la verdad" del otro, me empobrezco y, tal vez, me
radicalizo y ahí la concordia no es posible, tal vez solo sea la violencia de
pequeña o gran escala... Nada que ver con el remar hacia un sueño colectivo y
construirlo…
No esperemos grandes respuestas
desde fuera. Empecemos a construir desde dentro, desde abajo. Retomemos el
ejemplo del mito necesario, del referente ideal, para empeñarnos en hacer de la
concordia una bandera compartida, una bandera que pueda ser posible una y otra
vez...
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