Lampedusa… Leo que algunos medios
informan ya de 350 muertos… Hace unos días otro naufragio por allí añade otros
50… Y todos, como es lógico, nos rasgamos las vestiduras… Como cuando murió
aquel mendigo en un albergue… ¿Y después?... Silencio. No hay más… El mundo va
muy deprisa. Las noticias se producen sin más y las consumimos con la voracidad
con la que nos las muestran; no entro a valorar con qué sesgos o criterios –les
dejo a ustedes tal juicio-. El caso es que desde hace unos día me recorre un
resquemor interno que no se acalla y que hoy quiero compartir: Nos rasgamos las
vestiduras ante un hecho tan horrible como ese naufragio pero dejamos pasar los
cientos de inmigrantes que día a día se juegan la vida para buscar algo mejor
para ellos y los suyos. Dejamos pasar que en nuestro país, dato reciente, ya
son tres millones de personas las que viven bajo el umbral más severo de la
pobreza. Dejamos pasar los emigrantes que no llegaron a cruzar quién sabe qué
estrecho. Dejamos pasar la hambruna eterna de algunos países y sus gentes.
Dejamos pasar las migraciones masivas de refugiados por conflictos cargados de intereses
ocultos donde lo que menos importa son las personas. Dejamos pasar… Porque no
son noticias espectaculares. Porque molestan nuestras
acomodadas conciencias. Porque podemos permitirnos mirar para otro lado, aunque
lo veamos de refilón o algo sepamos. Porque… Nos rasgamos las vestiduras con
Lampedusa, pero nos las colocamos bien tantas veces sin plantearnos nada… No
hablamos de objetos de consumo, aunque las noticias y la voracidad informativa
los conviertan en ello. Hablamos de personas. Personas… Que ríen, sufren, aman,
abrazan, viven. Personas con familias y gente a la que quieren y que les
quieren. Personas como tú y yo. Personas…
Lampedusa me golpeó, como a
todos, pero me dejó profundamente inquieto. Ojalá no se pase esta inquietud y
ojalá a ustedes les pase lo mismo porque cada día hay muchas, demasiadas
Lampedusas, se llamen como se llamen y no lo deberíamos olvidar… Nunca…
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