martes, 9 de julio de 2013

Cerrado por vacaciones



No se engañen, no. No me voy de vacaciones, aún, dejando desatendido el blog –que ya lo está bastante de ordinario-. Tampoco voy a hablar de las molestias del negocio que cierra y al que acudimos para adquirir algo. Como tampoco lo haré de la envidia que despierta tal cita en los que aún estamos al pie del cañón, ansiando el asueto necesario. En absoluto me referiré a otras jerigonzas propias del dichoso cartelito… ¿Entonces? Me dirán con asombro. Verán, desde que ha comenzado julio y su calores, desde que se han cerrado algunos negocios y las escuelas, desde que las piscinas han abierto y las playas se llenan, desde que los niños se han ido al pueblo con tíos, primos y abuelos, desde que alguna que otra familia, que aún puede, ha comenzado sus vacaciones, voy teniendo, al andar por la calle, ir a la compra, al trabajar e incluso al ver la tele, la sensación de que cerramos demasiadas cosas por vacaciones… No. No se me vayan ustedes por el lado que no es -que cada cual imagine el suyo-…. El cierre por vacaciones afecta, tengo la sensación, a cosas más esenciales: Nos dedicamos más tiempo a nosotros ¡Olé! ¡Estupendo y necesario! Todo parece cobrar una cara amable y placentera diluyendo problemas y preocupaciones diarias ¡Cuánto lo necesitamos! Todo parece abierto a la felicidad y aventura ¡Adelante! Pero ¿No cerraremos el chiringuito del corazón? No el meloso enamoradizo, ése no. ¿No cerraremos el chiringuito de tener en cuenta y ayudar a los demás, de estar pendiente de ellos, de ese voluntariado que quizá hemos hecho varios meses, de esa visita a, de esa conversación y sonrisa a la abuelilla del 2º, de ese condolernos al enterarnos de ciertas noticias cercanas o lejanas, de ése…, de aquél…? A ese cerrado por vacaciones me quería hoy referir. A ése que no debería tener vacaciones nunca porque hay gente que no tiene vacaciones de su dolor, de su soledad, de su pobreza, de su exclusión, de sus problemas, de su… No. No quiero fastidiarles nada. No quiero ser aguafiestas –creo no serlo-. Simplemente creo que no podemos permitirnos el lujo de cerrar nuestro corazón por vacaciones. Al menos deberíamos “recordar” ciertas cosas –re-cordar que etimológicamente significa, curiosamente, “volver a pasar por el corazón”- evitando, así, abulias y agnosias que se nos pegan indebidamente a la piel del interior...  Volver a pasar por el corazón… Y hacerlo porque está abierto 24h. al día y 365 días al año… Hay cosas que, perdónenme, pero no deberían tener vacaciones nunca, aun estando nosotros de vacaciones. ¡Curioso contrasentido!

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