¿Qué quieren que les diga? Me debo estar haciendo mayor…
Ayer asistí a una
representación teatral de gran formato en Madrid. Un buen montaje del que
pude disfrutar. De lo que no disfruté tanto es de detalles que se me hacen
incomprensibles. Verán, nada más entrar comenzó mi sorpresa al cruzarme con
sendos espectadores que entraban en el patio de butacas con sus recipientes
llenos de palomitas… Sí, leen bien, de palomitas de maíz. Entonces pensé: “He
debido de equivocarme y me he metido en el cine de al lado en lugar de en el
teatro al que pretendía ir”. Pero no. Para mi desdicha la visión surrealista se
repitió exponencialmente, a la par que observaba botellas de cerveza –como lo oyen-, vasos de refresco –eso sí, todos de caro “merchandising”-, bolsas de
chuches y hasta helados… Helado me quedé sin posibilidad de entrar en calor…
Menos mal que la representación me llevó por derroteros más agradables que se
veían, eso sí, interrumpidos por sordos sonidos de bolsa de plástico, tragar,
etc., etc… En el descanso adquirí –dejando un riñón en el intento- una simple
botella de agua que bebí en la zona correspondiente. Al sonar el timbre y no
haberla acabado la introduje en la sala y la dejé a resguardo sin osar beber
durante al acto segundo. Al final, aplausos, satisfacción general y un suelo enmoquetado
que daba asco, lleno de botellas que esquivar, vasos y plásticos diversos. Y
ahí me tienen –ingenuo- con mi botellita de agua, que había guardado, buscando
una papelera en el vestíbulo en la que depositarla. Papelera que no apareció,
por supuesto… Encontré, en mi desesperación, mientras daba una patada a la
enésima botella por el suelo, una mesa alta de bar en la que decidí apoyar mi
botella. Al llegar a la misma encontré a otra persona que hacía lo mismo. Nos
miramos y sin decir nada, ambos respiramos aliviados con la sensación de no ser
el único astronauta en mitad de este planeta… ¡Al menos, éramos dos! Casi me
emociono, se lo juro…
Un día después, ya en mi
domicilio habitual, sigo con el resquemor en la cabeza. De verdad que creo que
me estoy haciendo mayor porque me cuesta aceptar que el teatro, cuyo ritual de
silencio es esencial, casi sagrado, se convierta en una suerte de cine donde
todo vale y no importa el ruido que se genere. Realmente, se lo digo, no puedo
comprenderlo… Quiero pensar que no sea que nuestra sociedad ha perdido los
necesarios rituales del buen hacer y ser, las buenas maneras que tanto ayudan a
que todo funcione. Quiero creer que el todo vale no se instale definitivamente
en nuestro día a día. Quiero creer… pero mucho me temo que gran parte de la partida
está perdida después de lo visto ayer…
Ya ven, debo estar
haciéndome mayor e intolerante, o quizá sea un reaccionario peligroso afín a no
sé qué ideas… Y no sé qué hacer... En fin. Cualquier día iré a ver una buena
ópera y me compraré mi birra, mis palomitas, las chuches para la prole y me
dispondré a hacer cuantos comentarios crea oportunos mientras la acción, tenor
y coros en el momento álgido, me lo sugiera. Entonces volveré a sentirme joven
e integrado en el nuevo esquema teatral y tal vez social… ¡Qué pena! ¿No?...
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