No sé si estoy muy de acuerdo en
que el deporte nacional por excelencia sea el fútbol. Es cierto que nos aporta
esa vía de escape necesaria que ofrece conversación fácil, pasión colectiva y
entretenimiento por el aquel del “pan y circo” latino y más con la que está
cayendo... Aún así creo que mucho más que el fútbol, a los españolitos de a
pie, de todo tipo y condición: altos y bajos, gordos y flacos, rubios y
morenos, guapos y feos, niños, jóvenes o viejos, nos entusiasma hasta el paroxismo
el deporte del “maledicere”, que etimológicamente hablando es el “mal decir del
o sobre el prójimo”… Vamos, el “poner a parir” de toda la vida a base de
cotilleo, cierto o incierto, y a base de meter el dedo –dialéctico, eso sí- en
el ojo al estilo Mouriño… Que levante la mano el que nunca haya dicho nada
negativo de su vecino, compañero de trabajo, jefe, conocido, familiar… ¿Nadie
levanta la mano? Curioso, ¿No? No hay día en que la ración de uñita raspadora
no pase por la superficie de la vida individual y colectiva… Lo dicho, deporte
nacional eso del “hablar con mordacidad en perjuicio de
alguien, denigrándolo” que dice el diccionario de la RAE… Que esto es así, es
un hecho. Que nunca lo entenderé, una constatación… ¡Cuánto daño innecesario
sembrado a diestro y siniestro! ¿No creen? ¡Cuánto amedrentamiento o, por el
contrario, envalentonamiento absurdo! ¡Cuánto malestar! ¡Cuánto cabreo y
enfrentamiento generado por casi nada y, frecuentemente, sin motivo!
Otro gallo nos
cantaría si dejásemos las botellas medio vacías y nos fijásemos en el vino
bueno que tienen. Si en vez de mirar motas de polvo, viésemos la amplitud y
belleza del paisaje que se nos ofrece. Si nos empeñásemos en mirar bien y en
decir mejor. Si fuésemos un poco más claros y sinceros. Si se nos escapasen
halagos y buenas palabras por la boca... ¿No sería este chiringuito del mundo
algo mucho mejor? ¿No estaríamos todos más a gusto?...
Ya sé. Me dirán
ustedes que por qué hacerlo si todos hacen lo contrario. Lógico. ¿Por qué
arriesgarse a ser el “pringao” de turno que se exponga al escarnio colectivo
–de nuevo el canguelo al maldecir-? Plantéensenlo fríamente: ¿Y por qué no?...
Quizá se consiga más de lo que supuestamente se pierda. Ya sé que lo que
propongo, el “bendecir” –biendecir-, es
todo un arte pero el arte, recuerden, lo embellece todo, lo hace más agradable,
posibilita casi todo alrededor… Ojalá hagamos del arte nuestro deporte rey, del
arte del “benedicere”, del arte del “bien decir” del otro, del prójimo con el
que vamos codo a codo por el camino. Si lo logramos, otro gallo nos cantará. Seguro…
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