Hace años escribí un poema que comenzaba: “Noche de reyes…
¡bendita ilusión!” Poema que no viene al caso pero que habla de una maravillosa
noche de reyes, como la de hoy…
Aquellos magos, más bien sabios, y de ninguna manera reyes,
supieron, como buenos sabios, ver más allá. Sí, miraron y miraban más allá de
sí mismos pero, quizá, desde sí mismos… Buscaban con denuedo, desde lo más
profundo de su ser. Buscaban con sentido y desde el sentido más vital. Y así
encontraron el rastro de una estrella, posiblemente no física, que encendió y
conectó su anhelo. Que revitalizó sus esperanzas más hondas, generadoras de
ilusión vital, hasta el punto de sacarles de su comodidad y ponerles en marcha
hacia otro sitio, aún desconocido, fiados de esa luz tan solo visible para cada
uno de ellos… Salir del propio lugar para ir a otro sitio, por otro camino
distinto del habitual… Y llegar al sitio inesperado dentro de lo esperado:
Encontrar al otro, al niño, al ser esencial, no del modo esperado, en otra
tesitura sorprendente pero acogedora del misterio más profundo (desde el punto
de vista Cristiano: El mismo Dios…)
No deja de sorprenderme esa capacidad de búsqueda de aquellos tres
hombres, tan seres humanos como el resto, tan buscadores de sentido como cada
uno de nosotros. Me pregunto, al encontrarme con su historia, cuál es o cuáles
son las estrellas que se encienden en el firmamento de mi hondura y hacia dónde
me llevan si es que me sacan de mi propio confort de seguridades. Tal vez nos
vendría bien a todos concienciar esos firmamentos, esas estrellas y esos
caminos trazados de esperanzas hondas e ilusiones verdaderas…
Cambiemos un poco de tercio, aunque no del todo... Nunca habrá oro suficiente para pagar esa mirada chispeante de los
niños en una tarde-noche y mañana subsiguiente como ésta. Nada podrá pagar esos
nervios benditamente desatados que incapacitan para dormir hasta topar con el puro
agotamiento. Nada esa ilusión arrolladora que transforma en sueño ya vivenciado
lo que todavía no es… Es curioso cómo es algo que los niños nos regalan porque
sí, de modo tan gratuito, verdadero y esencial. Nos lo entregan para que
nosotros lo sostengamos y regeneremos, tal vez, nuestras esencias guardadas que
la adultez nos enseñó a disfrazar…
Aquellos sabios, magos, hicieron su viaje desde lo profundo y lo
hicieron para dar, para regalar, para reconocer al otros en su esencia y
entregarle lo mejor de ellos mismos, lo mejor que tenían… En estos días en que
saturamos comercios, en que regalamos tantas veces sin más que por regalar,
podemos mirarnos en su espejo: ¿Qué me regala la vida para regalar a los demás?
¿Qué recibo cada instante de modo gratuito? ¿Qué regalos diarios puedo hacer al
otro, porque sí, sin más? ¿Por qué no los hago y los sustituyo por algo
“mercado”? Verán, los ojos de mi sobrinilla de cuatro años, rebosantes de
chispas en esta tarde, me dicen que me equivoco, que nos equivocamos. Me desafían
a hacer de otro modo. Me empujan a recibir esa mirada como gran regalo y,
saben, hace brotar una sonrisa en mi, que ella recibe como un regalo. Que ¿Cómo
lo sé? Fácil. Se echa a reír y me abraza. Otro regalo. Ya ven: Noche de reyes…
¡Bendita ilusión! Ojalá lo sea cada día y cada noche del año… Les pido a los
reyes magos que así sea, que así lo hagamos, mientras me siento a contemplar el firmamento
invisible en el que sé brillan estrellas que me siento llamado a seguir. Junto
a otros y seguramente para otros, con mil regalos sencillos y esenciales, pues de
otro modo no sé si tendría sentido… ¿No creen?