jueves, 28 de febrero de 2013

De cuerdos y no tan cuerdos



No hace muchos días presencié el desfile de carnaval de la localidad por la que arrastro mis huesos últimamente. Fue un colorista y entretenido pasacalles con una amplísima participación que jamás hubiera sospechado. Entre los grupos de personas disfrazadas, tres de ellos, creo recordar, estaban formados por personas con algún tipo de deficiencia psíquica acompañados por sus cuidadores y otros voluntarios, disfrazados como y junto a ellos. Puedo dar fe de que si todos lo estaban pasando bien desfilando, estos tres grupos irradiaban felicidad e ilusión por doquier provocando positivas sonrisas de satisfacción en los espectadores.


Al ver aquello mi mente se escapó a tiempos pasados en los que tuve la fortuna de vivir, durante algún tiempo, una experiencia como voluntario en el complejo que los Hermanos de San Juan de Dios tienen en Ciempozuelos. Allí estuve en uno de los pabellones echando una mano con los residentes en aquello que se necesitase: desde acompañarlos a afeitarlos, o a darles de comer... Ya saben, esas minucias de la vida que resultan tan complejas cuando se tienen dificultades… Pues bien. Dentro del pabellón había un interno que era sordo, mudo y ciego. Ignoro si tenía algún otro problema, aunque sospecho, por algunas reacciones, que así era. El caso es que Luis, -nombre figurado-, para comunicarse con el mundo exterior, llevaba en su bolsillo una tablilla de metal que tenía grabado en relieve el alfabeto. Cuando sentía a alguien cerca extendía su brazo hasta agarrar a quien pasase, sacaba su tablilla, la ponía en su mano y recorría las letras para decir: “Luis”. Luego te alargaba el abecedario para que llevando su dedo sobre las letras le dijeses tu nombre. Entonces ponía algo parecido a una sonrisa, guardaba su “tablet” y entraba en su letargo nuevamente. Puedo asegurar que pude decirle mi nombre cientos de veces, tantas como él me dijo el suyo, en aquel periodo de voluntariado. Incluso, lo reconozco, a veces le esquivaba por el aquel del hastío… Luis era tranquilo pero tenía sus ataques de ira incontrolada donde podía dar un bastonazo a un compañero del pabellón o romper un cristal en el intento. En esos casos había que sujetarle intentando no recibir y darle la medicación consiguiente siempre tratando de calmarle con caricias y distracciones asequibles a su posibilidad perceptiva… El caso es que un día que pasé junto a él, Luis me sintió y alargó su brazo para cogerme. No le dejé pero me quedé delante. Él podía percibir mi presencia y volvió a alargar el brazo. No me cogió pero le di un leve toque en la mano como para decirle: “estoy aquí”. Durante un buen rato yo le iba dando toquecitos en las manos y él me buscaba tratando de cogerme. Comenzó a hacer unos sonidos guturales muy extraños con la boca. Sus movimientos eran nerviosos, casi desesperados. De pronto se puso de pie, justo delante de mí, aumentando aquellos ruidos. Por mi cabeza sólo pasó una cosa: “Ahora me toca el golpe así que habrá que estar rápido por si acaso”… En esos pocos segundos el abrió sus brazos y me abrazó con una ternura y un agradecimiento como nunca había sentido antes. Aquellos ruidos no eran sino la risa alegre y cantarina de la felicidad… Luis me hizo comprender que nadie bromeaba con él, que nadie le hacía pasar un rato diferente en su tedio exento de luz y de sonido… Cuando yo pasaba el rato, él disfrutaba y era feliz. Cuando yo tenía miedo a una reacción, él me transmitió todo lo que se puede comunicar con un inmenso abrazo… Y me pregunté, como en otras ocasiones en aquel voluntariado: ¿Quién es el “loco”? ¿Quiénes lo son más? ¿Los de dentro o los de fuera?... Confieso que aún no tengo la certeza completa de dar la respuesta adecuada…


Ya ven, al ver aquel desfile de carnaval, aquella buena gente disfrutando como niños, en el mejor y pleno sentido de la palabra, me acordé de Luis y su abrazo, reí con ellos cuando se acercaban hasta mí, les saludé efusivamente y volví a preguntarme aquello, una vez más, mientras recordaba aquella risa gutural de felicidad y aquella tablilla… 


En homenaje a Luis (guardo para mí su nombre verdadero), a todos los Luises que tanto pueden enseñarnos a los muy cuerdos y racionales, a todos los que desfilaban en carnaval, les dejo con un precioso tema de Ana Belén que habla de un interno de Ciempozuelos…



miércoles, 20 de febrero de 2013

Día de las Letras de mi casa



Ayer, miren ustedes por donde, leyendo alguna que otra noticia me entró un sofoco de esos que agrian el día. Se celebraba, entre el boato correspondiente del dinero que nadie tiene –hablo de Autonomías-, el “Día de las Letras” de una de ellas.”. En mi ingenuo pensamiento me dije: Se tratará de una Comunidad Autónoma con lengua propia. Lo cual justificaría un día así con “cierta” lógica pero… ¡No señores! No se trataba de Comunidad con lengua propia sino, en todo caso, de una variedad dialectal del castellano, tan próxima al castellano mismo que no creo que haya diferencia alguna. Y ¿Qué quieren que les diga? Uno no sabe si carcajearse a mandíbula batiente o echarse a llorar de tanta mentalidad de pulgarcito, cretinismo en el sentido propio del término, que avanza como oleaje incontrolado...


Buscando alguna suerte de solución coherente, me dije que tal vez fuera aquel legítimo sentimiento de culturalidad literaria que existe en toda población, provincia o región y que no vas más allá de actos puntuales, nunca mediáticos, y protagonizados por los mismos hombres de letras que pululan con su sano orgullo de raíces propias, en absoluto reñido con el ansia literaria y cultural de universalidad. ¡Ingenuo de mí!... Los actos diseñados para foto, publicación y paseíllo, si lo hubiere, consistían en derroche de despropósito publicitario autonomista bajo el envoltorio de escritor de turno al que se homenajeaba como adalid del micro-patriotismo de salón de billar, que no de tertulia…


Ante tal circunstancia, después de reflexionar profundamente, llegué a una meritoria conclusión que me dispondré a realizar en cuanto pueda: Decreto, con su venia, organizar y realizar como Dios manda –según los patrones deducidos de lo anterior-, el “Día de las Letras de mi propia casa”, en el que, incluso, me propongo homenajear a quien sea y dar algún que otro premio y diploma. Citaré a la prensa y me vestiré con las galas oportunas para tal acto. Incluso, creo, invitaré a las autoridades que fuere necesario para salir en los medios en horario de máxima audiencia y en toda portada que se precie. Lo que me preocupa es que, con el “fiestón mega-cultural” montado  –al estilo de galas de premios de cine, música y demás, culmen de la “intelectualidad” máxima de hoy en día-, no pueda darle contenido pues en mi casa sólo habito yo con mis libros, de diversísimos autores, épocas, y lugares de origen. Ninguno de los cuales vivió, escribió, ni pasó unas horas siquiera en mi humilde habitáculo. Aun así, dado que mi hablar es el castellano y que tengo libros y que tengo la manía de escribir de cuando en cuando y que tengo mi casa única y diferenciada de las de mis vecinos, reúno las condiciones básicas para el evento ¿No creen?... Pues bien, hecho el propósito, me pongo manos a la obra. Ya les avisaré del día señalado con la invitación oficial que cualquier ujier les hará llegar. Claro, que no sé si cabremos en el salón de la casa –ésa es otra-. Pero éso ¿Qué más da? El caso es que ya tengo el “Día de las letras de mi casa”. Y que nadie me lo discuta, por supuesto… En fin, como decía el castizo: ¡Olé mi patria!

lunes, 18 de febrero de 2013

Necesitamos ESPERANZA



No sé a ustedes pero a mí, cada vez que leo un periódico, veo o escucho noticias, se me ponen los pelos de punta y me da la sensación que una oscura nube se instala sobre la existencia propia y la de mis convecinos. Si hasta parece que nos cuesta sonreír… Que la cosa no está fácil no hay que dudarlo. Que la crisis se ceba con todos, es un hecho. Que la indignación sube a nuestras gargantas ante tanto malnacido de mano larga y de honradez cuanto menos dudosa que dice gobernarnos o pretenderlo, una constatación de libro… Todo parece derrumbarse sin remedio como un gran castillo de naipes construido por un niño y sometido al azaroso capricho del viento. Hace unos días, alguien me pasó un precioso artículo de prensa de un Catedrático de Historia Contemporánea creo que de la Universidad de Valladolid, digo creo porque desgraciadamente perdí el artículo y no he hallado su referencia. Pues bien, en él venía a exponer el profesor su tesis de que estamos llegando al fin de un momento histórico forjado hace dos siglos. Todas las instituciones y soportes básicos están cayendo uno tras otro de modo irremisible abocándonos al caos que todo final supone y que lleva en sí la semilla de lo nuevo, de algún modo… Mi pequeña perspectiva no llega para juzgar tan a fondo pero reconozco que me hizo pensar y me pareció lógico en su argumentación. Sea como fuere, la sombra del caos, del descontento, de la desesperación se cierne sobre todos, como cuando ves venir la tormenta en descampado sin lugar posible de resguardo… Uno se encoge y mira entre admirado y profundamente acongojado dispuesto a verlas venir y valorando hasta dónde puede hacer algo o no… Y se nos pasan las ganas de reír, de sonreír, del sano bromear de nuestra esencia…

Hay quien propone que debemos revelarnos, tomar las riendas del chiringuito éste y dar el callo… Pudiera ser pero no entro en tal extremo. De lo que sí estoy seguro es que necesitamos esperanza, mejor, ESPERANZA, así, con las mayúsculas de toda la vida que indican que algo es importante. Necesitamos ESPERANZA… No, no me refiero a la esperanza utópica de ideologías, espiritualidades y excursos de tinte intelectual –que también-. Me refiero a la esperanza de andar por casa. La de la señora María y el señor Pedro, la del Toñín y la Laurita… La esperanza del me hace falta sal, llamo a tu puerta y me dejas un poco. La de yo te ayudo y mañana Dios dirá si igual necesito tu ayuda. La del pese al coñazo que es el vecino del quinto, hago el esfuerzo por sonreírle un poco y hablar del tiempo en el ascensor. La del gracias al maestro al acabar el curso de mis niños. La del ceder el asiento en el autobús a doña Teresa que no puede con sus piernas y con su edad. La del… Necesitamos esa esperanza. La de hacer que cada día este estercolero sombrío sea un patio andaluz, o castellano con su cal, su sol y sus geranios aunque la lluvia nos agüe la fiesta de cuando en cuando y aunque leyendo el periódico nos desesperemos y aunque los chorizos crezcan con los problemas, y no los de matanza precisamente… Necesitamos ESPERANZA, tan grande y tan pequeña. Y no nos va a caer del cielo, ni nos va a venir de los dirigentes, políticos y demás lugares lejanos, porque la esperanza nos sale del corazón, oiga… Y si no nos sale, mal asunto. Entonces la cosa es más grave de lo que sospechamos y entonces sí se cae todo haciendo sombra cainítica. Necesitamos ESPERANZA pero hemos de construirla  desde abajo, desde lo pequeño, cada uno. ¿Se suma al reto?

No sé si es una gran solución. Tal vez lo sea. Pero mientras tanto, venga lo que venga, iremos tirando con un par de sonrisas en los labios y con alguna que otra mano alrededor para sostenernos. Y tal vez, por qué no, vayamos construyendo un sistema nuevo, algo que nos valga un poco más a todos… Esperanza…