No
hace muchos días presencié el desfile de carnaval de la localidad por la que
arrastro mis huesos últimamente. Fue un colorista y entretenido pasacalles con
una amplísima participación que jamás hubiera sospechado. Entre los grupos de
personas disfrazadas, tres de ellos, creo recordar, estaban formados por
personas con algún tipo de deficiencia psíquica acompañados por sus cuidadores
y otros voluntarios, disfrazados como y junto a ellos. Puedo dar fe de que si
todos lo estaban pasando bien desfilando, estos tres grupos irradiaban
felicidad e ilusión por doquier provocando positivas sonrisas de satisfacción
en los espectadores.
Al
ver aquello mi mente se escapó a tiempos pasados en los que tuve la fortuna de
vivir, durante algún tiempo, una experiencia como voluntario en el complejo que
los Hermanos de San Juan de Dios tienen en Ciempozuelos. Allí estuve en uno de
los pabellones echando una mano con los residentes en aquello que se
necesitase: desde acompañarlos a afeitarlos, o a darles de comer... Ya saben,
esas minucias de la vida que resultan tan complejas cuando se tienen dificultades…
Pues bien. Dentro del pabellón había un interno que era sordo, mudo y ciego.
Ignoro si tenía algún otro problema, aunque sospecho, por algunas reacciones,
que así era. El caso es que Luis, -nombre figurado-, para comunicarse con el
mundo exterior, llevaba en su bolsillo una tablilla de metal que tenía grabado
en relieve el alfabeto. Cuando sentía a alguien cerca extendía su brazo hasta
agarrar a quien pasase, sacaba su tablilla, la ponía en su mano y recorría las
letras para decir: “Luis”. Luego te alargaba el abecedario para que llevando su
dedo sobre las letras le dijeses tu nombre. Entonces ponía algo parecido a una
sonrisa, guardaba su “tablet” y entraba en su letargo nuevamente. Puedo
asegurar que pude decirle mi nombre cientos de veces, tantas como él me dijo el
suyo, en aquel periodo de voluntariado. Incluso, lo reconozco, a veces le
esquivaba por el aquel del hastío… Luis era tranquilo pero tenía sus ataques de
ira incontrolada donde podía dar un bastonazo a un compañero del pabellón o
romper un cristal en el intento. En esos casos había que sujetarle intentando
no recibir y darle la medicación consiguiente siempre tratando de calmarle con
caricias y distracciones asequibles a su posibilidad perceptiva… El caso es que
un día que pasé junto a él, Luis me sintió y alargó su brazo para cogerme. No
le dejé pero me quedé delante. Él podía percibir mi presencia y volvió a
alargar el brazo. No me cogió pero le di un leve toque en la mano como para
decirle: “estoy aquí”. Durante un buen rato yo le iba dando toquecitos en las
manos y él me buscaba tratando de cogerme. Comenzó a hacer unos sonidos
guturales muy extraños con la boca. Sus movimientos eran nerviosos, casi
desesperados. De pronto se puso de pie, justo delante de mí, aumentando
aquellos ruidos. Por mi cabeza sólo pasó una cosa: “Ahora me toca el golpe así
que habrá que estar rápido por si acaso”… En esos pocos segundos el abrió sus
brazos y me abrazó con una ternura y un agradecimiento como nunca había sentido
antes. Aquellos ruidos no eran sino la risa alegre y cantarina de la felicidad…
Luis me hizo comprender que nadie bromeaba con él, que nadie le hacía pasar un
rato diferente en su tedio exento de luz y de sonido… Cuando yo pasaba el rato,
él disfrutaba y era feliz. Cuando yo tenía miedo a una reacción, él me
transmitió todo lo que se puede comunicar con un inmenso abrazo… Y me pregunté,
como en otras ocasiones en aquel voluntariado: ¿Quién es el “loco”? ¿Quiénes lo
son más? ¿Los de dentro o los de fuera?... Confieso que aún no tengo la certeza
completa de dar la respuesta adecuada…
Ya
ven, al ver aquel desfile de carnaval, aquella buena gente disfrutando como
niños, en el mejor y pleno sentido de la palabra, me acordé de Luis y su
abrazo, reí con ellos cuando se acercaban hasta mí, les saludé efusivamente y
volví a preguntarme aquello, una vez más, mientras recordaba aquella risa
gutural de felicidad y aquella tablilla…
En
homenaje a Luis (guardo para mí su nombre verdadero), a todos los Luises que
tanto pueden enseñarnos a los muy cuerdos y racionales, a todos los que desfilaban
en carnaval, les dejo con un precioso tema de Ana Belén que habla de un interno
de Ciempozuelos…