miércoles, 23 de febrero de 2011

¡Bendito lunes!

Hace unos días tuve la suerte de hacer una pequeña escapada a una de las ciudades en la que viví durante algún tiempo. Se trata de una ciudad costera, cosa que, cuando se vive en el interior, es un interesante aliciente. Lógicamente, además del obligado paseo retomando vivencias pasadas, disfruté de la compañía de personas que llegaron a ser importantes y que fueron capaces de avivar el rescoldo del cariño que aún hoy está presente en mi hogar. A lo largo de la mañana compartí, con más brevedad de la deseada –claro está-, con varias de esas personas. El abrazo o el beso inicial fue sencillo, cálido, intenso, sincero… Dejaba traslucir lo que las palabras, muchas veces, no son capaces de expresar… Durante nuestro encuentro, y así lo explicitó alguna persona, se avivó esa sensación de “parece que no te hubieras ido nunca” y “que nos vimos ayer”. Parece… Es la viveza de lo que se lleva dentro, sin duda… Pero llegó la despedida y la cosa ya no fue tan fácil… Reavivado el fuego de lo compartido, del afecto, es complicado aplacar la llama de nuevo y reconducirla a agradable rescoldo que calienta con fuerza inusitada…No fue fácil la cosa… Quizá un abrazo apresurado, aunque intenso, un beso fugaz lleno de significado, una mirada que queda en suspenso antes de salir por la puerta… Y luego la ausencia… Ya saben ustedes… Por la tarde, en mitad de mi extrávico paseo, tuve no sé si la fortuna, pero sí la dicha, de reencontrar a tres de esas personas con las que compartí esa misma mañana… El gozo iluminó nuestras caras, y compartimos minutos animados a pie de acera… Y, de nuevo la maldita despedida… Una de esas personas lo expresó con un rotuno “odio despedirme”, así que, con una espontaneidad que me sorprendió a mi mismo, propuse una solución ad hoc: “Pues bien, hagamos como si el lunes -como sucedía hace unos pocos años- volviéramos a encontrarnos de nuevo”; “resolvámoslo con un sencillo: Hasta el lunes”. Y así lo hicimos. Con una sonrisa sincera nos dijimos aquel premeditado “Hasta el lunes”, y giramos sobre nuestros talones sin querer mirar atrás, aunque supiéramos que no habría lunes como tantas otras veces… Y por primera vez en mi vida, aunque con un poquito –o con un mucho- de melancólico dolor de añoranza, me dije a mi mismo: ¡Bendito lunes!... Pero eso sí, esperando que llegue ese lunes que quedó en suspenso, algún día… y, a ser posible, que sea pronto…